Por Toti Orellana
Cuando la hormona de la adrenalina surte efecto en los muchos receptores nerviosos que hay en el cuerpo, algo cambia. El cerebro expele dopamina, simpática sustancia responsable de la sensación de bienestar. Los vasos sanguíneos se contraen, generando tensión, aumentando tu concentración. Todo eso es capaz de generar la adrenalina. Pero todo junto, eso sólo pasa cuando su producción se acelera a tales niveles que la euforia es una constante.
En 1887, el alemán Edeleano la sintetizó a partir de la efedrina, una amina simpáticomimética –es decir, de efectos directos al sistema nervioso- y la nombró fenilisopropilamina. Pasarían años antes de que se la nombrara entre los psicotrópicos: recién en 1971 se encendieron las alertas y a partir de 1983 su venta empezó a ser regulada en farmacias. Antes de eso, fue usada como alternativa para el asma y para niños hiperkinéticos. Cuento aparte es su uso para mantener despiertos, activos, eufóricos y concentrados a los soldados aliados en la II Guerra Mundial, especialmente en los desembarcos.
Aunque su uso no es muy expandido, vivió su belle epoque en la España noventera. Las fiestas rave y toda la movida en Barcelona se zamparon las existencias en la península ibérica, ya que la cocaína escaseaba con la guerra declarada contra los carteles colombianos. Acá en Chile es otra cosa.
Hasta hace unos años, conseguir anfetamina era bastante difícil en Santiago, y aún más en otras
ciudades, con la obvia excepción de Iquique, punto de encuentro de compradores en diversos niveles de angustia y dependencia. Las verdeamarelhas se movían principalmente en el sector oriente, sobre todo en las discoteques de la Plaza San Enrique, y la única variedad disponible era la clásica pastilla, tragable o inhalable. Nada de cristal de metanfetamina para quemar o ampollas inyectables. Con las primeras fiestas electrónicas empezó su lenta –y aún no lograda- masificación. A paso de tortuga, la anfetamina empezaba a cautivar más mentes. Al ser rápida y eficaz, son pocos los que desarrollan resistencia a la primera probada y no sienten sus efectos. Hay que tener cuidado, porque la deshidratación te puede jugar en contra, sobretodo cuando en medio de la euforia da por bailar y cuando despiertas descubres que te fuiste en una pálida de renombre. Pero aún así, su boom mediático lo vivió el 2005. Fue en ese año cuando se la incluyó, por primera vez, en un folleto del Conace.
Corría Octubre del 2005 y se ponían en venta las entradas para el festival electrónico Creamfields 05’. La cartelera: The Prodigy y Paul Oakenfold. Habría sido destacada en las noticias como un concierto más, sino fuera porque las Investigaciones de siempre organizaron una redada a unos cuantos dealers de anfetamina que esperaban hacer su América en ese concierto. Resultado: el primer decomiso mediático de anfetaminas en Chile. Luego, a fines de año, un reportaje de TVN mostraba dos adictos: el marginal pastabasero que todos conocemos y un joven ABC1 adicto a la anfetamina.
Se puede decir que es, efectivamente, 2005 el año en que la anfetamina empezó a democratizar su consumo, ya que bajó de Av. Manquehue para instaurarse en algunos locales de Av. Suecia, Manuel Montt y las incipientes fiestas en el Centro Arte Alameda o Arte Matta. Ahora hay, incluso, algunos –nada pavos- que la usan para concentrarse más a la hora del examen final.
Hoy ya es pan de cada día. Atrás quedaron los míseros días en que había que recorrer un entramado enorme de llamados telefónicos para conseguir dos inocentes pastillas. Se ha avanzado en distribución, y ya es extremadamente fácil conseguir derivados como el cristal de metanfetamina, conocido en EE.UU. como crystalmeth, muy “sahumerizable”, éxtasis, o las ya mencionadas ampollas inyectables, que lógicamente al ser a la vena rinden bastante más frutos. Pero esta masificación no trae sólo cosas buenas. Al hacerse tan popular, los policías narcóticos ya saben distinguir entre una anfetamina y un ibuprofeno. Y el mayor problema: a mayor cantidad, menor calidad, sobretodo cuando se habla de anfetaminas y derivados. Según datos de la DEA (el CONACE gringo pero con más poderes) durante muchas décadas el epicentro de la producción anfetamínica estuvo en Europa.
Pero con la popularización del estimulante vino el inicio de su producción en Asia y el principio de la larga cadena de intermediarios que existen entre Corea del Sur, Indonesia, China y tu dealer más cercano. Los niveles de pureza descienden en todos los análisis, exceptuando el nivel del cristal de metanfetamina, que con su proceso de lavado –inicio de la producción del crystalmeth- rinde bastante más y deja bastante más loco. En otros países se compara al vidriecito aquel con el crack, es decir, la cocaína más dura o como se diría acá, “la pasta de los gringos”.
Es más: la mayoría de las ventas de anfetaminas corresponden en verdad a sibutramina, un anorexígeno –inhibidor del apetito- que interactuando con alcohol tiene efectos similares, aunque muy menores, a los de la anfetamina. Por eso, cuidado: no todo lo que es verde es cogollo, ni todo lo que venden es anfeta.
Ficha Técnica
Nombre: Anfetamina, fenilisopropilamina, 1-fenilpropan-2-amina, anfeta.
Clasificación Farmacológica: Psicoestimulante del sistema nervioso central y anorexígeno.
Efectos Inmediatos más comunes: Euforia, verborrea, alerta constante, dilatación de las pupilas, sensación de relajo y autoestima aumentada, contracción de la mandíbula, aumento de la temperatura corporal y la tensión arterial. Sequedad de boca y exceso de sudoración.
Personajes contraindicados: todo aquel que sufra alteraciones de la personalidad, depresión, psicopatías o estados de alteración previos al ingerir. Embarazadas e hipertensos absteneos. Gente con tendencia a la violencia también.
Recomendaciones y datos útiles: Si vas a echarte una, ten líquido a mano. No es bueno mezclarla con marihuana o relajantes ya que no se potencian. Tampoco con cocaína: juntas pueden provocar taquicardia o incluso paros cardíacos. Si la vas a mezclar con alcohol, que sea uno suave y de proceso metabólico rápido, como la cerveza. Si empiezas a sentir que te vas en pálida, toma asiento y bebe líquido, ojala isotónico (los para deportistas) La mejor solución a una pálida de anfeta es el 131: a m b u l a n c i a, ya que la sobredosis puede ser mortal. Su vida plasmática –es decir, el tiempo que queda su rastro en tu sangre- es de 5 a 31 horas, así que atentos con los exámenes. Si te vas a echar una, avísale a alguien.